Los educadores que rechazan la docencia.

  Cuando manifesté mis intenciones de iniciar carrera en educación, algunos docentes se extrañaron de mi decisión. Mirándome con asombro, no faltaba el que me advertía que no era una profesión para ganar dinero. Incluso, algunos llegaron a decir que era un desperdicio, pues era uno de los mejores promedios de la promoción.  

Tampoco puedo olvidar la sensación de estar en una facultad depósito. Porque mucho de los estudiantes llegaban a la escuela de educación, o bien porque no quedaban en otras carreras o simplemente el producto de la indecisión los llevó hasta el “desecho de estudiantes”. Igualmente, no faltó el que mientras estudiaba, nunca tuvo aspiraciones de ejercer la carrera. Puede decirse, que estaban ahí por un simple título universitario y nada más. 

Pero, aquellos que deciden ejercer dicha profesión, muchas veces tienen intereses poco ambiciosos, sin sueños grandes. Puede que, al inicio del ejercicio profesional, muchos se dejen invadir por la ilusión de lo nuevo. Pero, no se puede negar que pronto se dejarán arropar y atrapar por la ansiedad de los quince y últimos. Cuestión que muchas veces se nos advirtió en la facultad. Así que, la utopía o los planes de colores se vuelven grises y sin sabor

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Como ejemplo, tenemos a los gremios docentes, los cuales se limitan a discutir merecidos aumentos salariales y no promueven el desarrollo profesional de los educadores. Poco se escucha de realizaciones de jornadas de formación masiva o congresos de calidad. Mucho menos, se mencionan intercambios de experiencia internacional, promoción de algún proyecto o enfoque educativo con validez científica reconocida.

  Investigación educativa frustrada. 

Al contrario, la investigación educativa no es estimulada, sino engavetada. ¿Cuantos trabajos de investigación y proyectos que pudieran ser continuados, desarrollados, perfeccionados, probados y aplicados?, ¿O solo son para presumir u ocupar los depósitos de las facultades?  

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Por su parte, los gobiernos monopolizan la educación para adoctrinamiento partidista y las colegiaturas existentes responden a estos intereses, lo que las hace carentes de estructuras y poco creíbles. Lo que valida la siguiente afirmación: no hay un desarrollo de la profesión docente

Las suplencias. 

Por otra parte, las instituciones privadas beneficiándose del servicio de los educadores, los consideran unos empleados más, en los que no es necesario invertir en su desarrollo profesional. Tal es el trato, que poco a poco hacen que la carrera docente se simplifique. Como referencia se tiene el asunto de las suplencias.

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 Referente a la acción de la suplencia, pareciera que cualquiera pudiese reemplazar o suplir a un educador. ¿Cuántas veces cuando no asistía la maestra, la vacante la asumía una representante o una joven con algún tiempo libre? O, si por casualidad, se revisara el currículo de muchas “maestras” de educación inicial ¿nos encontraríamos con auténticas licenciadas o profesoras certificadas? No se trata de herir corazones a esas buenas acciones, ni afirmar que una titulación te hará un verdadero educador, pero es ahí donde se debe prestar atención. Darle un reconocimiento merecido al docente. 

Desprecio en casa. 

Lamentablemente, estas cosas suceden bajo la aprobación de directores y supervisores educativos. Y es que ¿cómo darle aprecio a algo que ni en casa se respeta? ¿Cómo se le pide al mundo que reconozca el trabajo docente, cuando los directores y colegiaturas integradas por educadores no respetan ni le dan un valor merecido a su profesión? ¿Cómo es posible que arrugues la cara cuando un chico te diga que quiere ser profesor? 

En fin, nadie valora lo que no le cuesta, mucho menos lo que no conoce. Y las universidades, graduando educadores sin una formación exigente que se arropa en lo cualitativo y humano, tienen una gran responsabilidad en este problema. Porque se están olvidando de la vocación. Aunque esto último lo trataremos en otra ocasión.   

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